Al entrar en la pubertad, es bien sabido que uno de los caracteres masculinos que sufre cambios es la voz, que se agrava en esta etapa de la vida y deja la agudeza infantil. Por eso, se llegó a practicar la castración a niños, para conservar su voz con tal agudeza, como  soprano, mezzo-soprano o contralto.

La práctica de la castración de niños cantores o Castrati existía desde la creación del Imperio romano de Oriente. En Constantinopla, hacia el 400 d.C., la emperatriz Elia Eudoxia poseía un coro que teía por maestro a un eunuco, lo que podría haber originado este hábito en los coros bizantinos.

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Los cantores eunucos permanecieron hasta el saqueo de Constantinopla por las fuerzas occidentales de la Cuarta Cruzada en 1204.  Luego, volvieron en el siglo XVI, formando parte de los cantos corales en iglesias y ceremonias, pues el Papa Pablo IV había prohibido que las mujeres cantaran en la Basílica de San Pedro. Así, niños y adultos castrados reemplazaban a las voces femeninas.

Gran parte de los niños que sufrían esto eran obligados por intereses familiares, ya que la mayoría de los varones cantores procedían de familias humildes con baja esperanza de vida y la posibilidad de figurar en ceremonias religiosas, teatros o cortes, podía significar para ellos un ascenso en la escala social.

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Había también niños que aceptaban su castración de manera voluntaria por la ilusión de fama y gloria.

Innegablemente una castración conlleva secuelas. Además de morfológicas severas, como obesidad o desarrollo de rasgos femeninos, también incluye daños psicológicos y psíquicos. En contraste, hay que considerar que el lugar de los eunucos cantores en la sociedad de la época era bien ponderado. Además, en muchos casos eran objeto de adoración de las mujeres y protagonistas de romances tempestuosos.

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