El latido del corazón en los bebés es sumamente rápido si lo comparamos con el de una persona adulta. Mientras que el corazón del bebé recién nacido late de 120 a 160 latidos por minuto, el de una persona de edad adulta solamente alcanza de 60 a 80 latidos por minuto.

Esto se debe a la propia naturaleza del corazón del bebé, que al nacer todavía no cuenta con la madurez celular suficiente. Sus células todavía no tienen la “organización” necesaria, lo que provoca que la capacidad de contracción del órgano sea inferior a la de una persona adulta.

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Con el paso del tiempo, la cantidad de latidos en el corazón del bebé va reduciéndose paulatinamente: al cumplir el mes late de 100 a 50 veces por minuto, y a los dos años sólo late de 85 a 125 veces por minuto.

En contraste con su tamaño y con la inmadurez celular antes citada, el bebé necesita más oxígeno que un adulto, y para obtenerlo el bebé segrega una hormona llamada noradrenalina o norepinefrina (el primero es el nombre más común, y el segundo es el aceptado oficialmente por las autoridades médicas), sustancia también neurotransmisora,  que le ayuda a aumentar la frecuencia cardiaca.  Es liberada desde las neuronas simpáticas (parte del sistema nervioso autónomo que se encarga de manipular glándulas, músculos lisos y, por supuesto, el músculo cardiaco).

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