Un tatuaje tiene cierto parecido con una cicatriz, en el hecho de que permanece ahí, en la epidermis de la persona que lo tiene, de manera indefinida. Esto ocurre a pesar de que las células de la piel se renuevan y regeneran de forma constante, y se debe a la sencilla razón de que las partículas de tinta que se utilizan para realizarlos resultan excesivas en comparación con la capacidad de los leucocitos que realizan las funciones de renovación de la piel, y que eliminan los cuerpos extraños que sobre ella encuentran.

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Hoy en día existen procedimientos con láser que permiten la eliminación de la tinta, gracias a que éstos funcionan convirtiendo las partículas de tinta en partículas de polvo, cuyos residuos sí pueden ser eliminados por los leucocitos.

Sin embargo, y a pesar de que durante muchos siglos fueron indelebles, los tatuajes llevan demasiado tiempo presentes en la vida de la humanidad. La evidencia más antigua de tatuajes que se tiene es la perteneciente a la cultura de los Chinchorro, en lo que hoy es Perú, y data nada menos que del año 2000 A. C. Se trata de un delgado bigote dibujado sobre el labio superior de un hombre.

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