Es muy habitual que cuando escuchamos nuestra voz en las grabaciones, nos parezca extraña o distinta. Nuestra propia voz puede sorprendernos por lo diferente que la escuchamos al ser grabada en algún dispositivo, llegando en ocasiones a pensar que no se trata de nosotros mismos, lo que comúnmente se denomina “no reconocer nuestra voz”.
Este efecto tiene lugar debido a que algunas ondas sonoras que emitimos al hablar, sobre todo las de frecuencia menor a los 300 hertzios, se disipan antes de ser registradas por el micrófono de las grabadoras. La segunda razón es que, al hablar, las ondas sonoras se transmiten circulando por nuestros huesos, como una caja de resonancia, y a través de nuestro cuerpo son percibidas por nosotros mismos con tonos e intensidades que pueden variar respecto a la manera en la que el resto de la gente nos escucha. Frecuentemente suena más grave el tono de voz que nosotros escuchamos de nosotros mismos, que el que el resto de las personas perciben. Es por esa razón que la mayoría de las veces que escuchamos nuestra voz grabada, y no la reconocemos, nos parece un tanto más aguda que lo acostumbrado.
Este efecto también suele suceder cuando hablamos por teléfono, y escuchamos nuestra propia voz en la bocina del aparato.